Desde el siglo pasado, el deterioro del medio
ambiente peruano ha sido incalculable y dañino para muchas comunidades rurales,
étnicas y hasta urbanas. La destrucción de la naturaleza abarca desde bosques,
climas, suelos, aguas, flora, fauna y vida humana. En diversas partes del país
se depredan recursos naturales por diferentes motivos. Se busca obtener el
máximo beneficio en el corto plazo y no se manejan adecuadamente las
herramientas de gestión ambiental. Paradójicamente, el 80% del deterioro es
ocasionado por empresas, cuyos productos o actividades contaminan directamente
los diferentes ecosistemas. El resto es responsabilidad de los pobladores
locales, que por subsistencia echan mano de la naturaleza. Son pocas las
empresas que desarrollan prácticas de buen gobierno corporativo que incluyen
programas de responsabilidad social a favor del medio ambiente y comunidades
étnicas y campesinas.
Entre las actividades lesivas a la naturaleza
están la deforestación de bosques mediante la tala ilegal, aguas contaminadas
por sustancias industriales, tierras agrícolas infectadas por insecticidas,
mares con sanguaza, ríos y tierras muertas por relaves mineros, y aires
combinados químicos aerosoles. A estos males también hay que agregarle los
malos olores y los ruidos molestos. Es la tácita supremacía de la tecnología y
el confort sobre la biodiversidad, que incluye los diversos hábitats de flora y
fauna.
Ejemplos de males crónicos al medio ambiente
están las ciudades y comunidades rurales donde los gases enrarecidos contaminan
hasta el 92% del aire con serios perjuicios a la salud humana. Podemos citar a
La Oroya, Pisco, Ilo, Toquepala, Cuajone, Huayrisquisca, Yanacocha y Callao,
entre otras ciudades contaminadas por efecto de la actividad minera e
industrialización de la harina y aceite de pescado.
En muchos casos hay una contradicción y se
repite el círculo vicioso. Por un lado, están las nuevas inversiones en
actividades extractivas, y por el otro lado, las antiguas industrias
petroleras, gasíferas, pesqueras y madereras siguen destruyendo grandes
hectáreas de bosques, tierras agrícolas e importantes porciones marinas. Las
tierras se quedan sin reforestarse, ocasionando el cambio brusco del hábitat de
aves, insectos y animales. La fauna y la flora queda destruida, y muchas
especies hidrobiológicas desaparecen. Ello también ocasiona el cambio
alimenticio de los nativos de la zona, que en el caso de la selva se ven
obligados a consumir recursos lacustres contaminados.
También se contamina el aire por el uso de
reactivos químicos y gases para repeler a los insectos, que ocasiona a su vez,
la migración de aves, algunas de ellas alimento de otros animales y del hombre
mismo. Llegan otros elementos como cemento, plásticos, licores, cigarrillos,
detergentes, música y olores, muchos de ellos biodegradables en 100%. Es decir,
se transforma la biodiversidad de la zona.
Ante esta realidad, urge que las autoridades
exijan a los inversionistas e industriales el uso de tecnologías limpias como
ya lo están haciendo algunas grandes empresas mineras e industriales que sí
practican la responsabilidad social de la empresa. Las inversiones y el confort
son bueno para la sociedad peruana, pero este desarrollo empresarial también
debe traer consigo el bienestar social para miles de comunidades campesinas y
grupos étnicos. Sólo así será posible disminuir en parte los conocidos
enfrentamientos entre comunidades y empresas.